Velvet Revolver

La noche que les voy a relatar empezó tranquila en la guarida del ladrón de guante blanco, un amigo mío. Ahí nos encontramos tres: El hombre de los billetes, el ladrón de guante blanco y yo. Luego de un par de historias intercambiadas decidimos que debíamos envolvernos en la noche.


Así fue como llegamos a la discoteca Velvet. Entramos sin problemas y ahí nos envolvió esa nebulosa de luces cargadas con su neón, que nos cegaba intermitentemente. Igualmente notamos muchas chicas menores a nosotros y para divertirnos un rato decidimos probar su paciencia. Después de varias burlas por parte del hombre de los billetes, una princesa de la nieve vino a reclamarme violentamente por el gorro que le habían robado, yo no era culpable así que ni me inmuté. Lo mismo pasó entre el ladrón de guante blanco y la princesa, y al reclamarle la princesa por último lugar al hombre de los billetes, recibimos varias amenazas de expulsión del lugar. Finalmente la princesita de la nieve calmó sus pasiones y dominó sus energías al darse cuenta de nuestra inocencia, pero las cosas no quedarían en buenos términos, no y no.


A medida que el tiempo transcurría y la discoteca comenzaba a quedarle cada vez más chica a la multitud, yo me debatía en una batalla interna, la eterna batalla de las nocturnidades, donde el miedo y la incomodidad ganaban la pulseada. No podía acercarme a nadie y eso desvanecía mi aura tremendamente. Pasado un buen rato, el ladrón se acerco a dos nuevas princesitas y me presentó a la princesa de la calma. A pesar de ser la princesa de la calma, la conversación estaba un poco fría por su culpa, por las respuestas de una o pocas palabras que me azotaban, pero no me quejo, era lo predecible. También era lo predecible que todo empezó a tomar vuelo una vez que la princesa “entró en calor”. A partir de allí todo despegó enormemente y la interconexión verbal fluyó de maravillas, realmente me estaba divirtiendo, pero otra vez la batalla de las nocturnidades, esa batalla interna inevitable, me llevó a la inacción y pequé con lentitud. No encendí la llama de la conexión física, lo cual obviamente es mi trabajo y no se la puede culpar en nada a la princesita, así que la consecuencia también fue previsible: ella se fue con su amiga (el ladrón cometió el mismo error que yo).


Luego del episodio de las princesas, una buena media hora (si, media hora, como culpar a una chica de irse luego de ¡MEDIA HORA! de charla con un chico que le gusta y no hace ninguna movida, ¿no?), un par de cosas interesantes, en el sentido más desquiciado de la palabra, ocurrieron. Casi nos involucramos en una repartición de puños, dos veces. No mucho para agregar, solamente que el hombre de los billetes y yo nos estábamos hartando de un idiota que no paraba de pecharnos con todas sus intenciones conscientes. Lo siguiente fue ir al departamento de otro sujeto, para al irnos revelar mi pito y ponerme a crear un río amarillo en las escaleras del edificio, en el tercer piso. Je, ¡Cuánto rock n’ roll! ¡Fucking Yeah!


Cisne Negro dice chiao y hasta la vista

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